2/18/2014

Johanna:Capítulo 25

¿Gracias?


Me quedé helada. No precisamente por la fría ventisca cargada de nieve y fina lluvia congelada, si no por la terrorífica visión de aquel monstruo. Había visto los mutos del Capitolio anteriormente. La primera vez, poco después de que Cliff me encontrase desorientada al borde de morir a causa del hambre. Parecía ser que no había mucha atención en las pantallas por lo que enviaron unos mutos con un ligero parecido al de los lobos pero más grandes, para perseguirnos. Escapamos lanzandonos al agua torrencial del río. Los segundos mutos, aunque no recuerdo su aspecto, fueron las serpientes que me habían mordido y habían causado que se me pudriese media pierna, aunque ahora estaba mucho mejor. Pero aquel muto, era el doble de feo, el doble de grande, y el doble de aterrador.
Los gritos escalofríantes de la chica, la tributo del 11, atravesaban mis tímpanos como si fuesen cuchillos con las hojas afiladas.
La chica de tez oscura, se arrastraba como podía por la fría nieve intentando escapar de las garras -literalmente- del monstruo.
Aquella criatura, debía de medir dos metros y medio, era oscura, y cada vez que se movía se escuchaba algo parecido al metal, como cuando mi padre afilaba las hojas de las hachas. Sus ojos, tenía cuatro, era verdes brillantes. Tenía también cuatro brazos acabados en garras afiladas que de vez en cuando se hundían en la piel de la chica y esta emitía un grito de dolor.
Decidí quedarme quieta, agachada, invisible para el monstuo y para la chica hasta que todo terminase. Pero las cosas no salieron así. El muto se percató de mi existencia, hizo un giro rodando su cuerpo, de forma que avanzó lo suficiente para que dos garras se encargasen de la chica del Distrito 11, y dos de mi.
No reaccioné hasta que la primera garra se clavo en mi muslo. Grité. La garra se movía en mi pierna atravesando venas y arterias, haiendo que la sangre brotase de ella y dejando una herida. El dolor recorrió mi cuerpo, y por instinto, partí el brazo de la garra con el hacha una vez que el monstruo la saco. Pateé y rodé por el suelo para esquivar la otra garra. La nieve se metió entre mis ropas y se derritió. Hice movimientos increíbes para que la afilada garra no se me clavase en la cara o en una zona vital para vivir y avancé hasta quedar cerca del muto para darle el golpe final que acabaría con el. Una vez el horrible muto cayo al suelo por haber acabado con el, vi a la chica malherida y con la ropa hecha jirones. Estaba de pie, exhausta, con las rodillas flexionadas y las manos sobre ellas. Escupió al suelo y luego me miro. Extendió una mano hacia un bolsillo y sacó algo afilado. Volvió a la posición de antes para respirar más relajadamente y yo la contemplé. Algo en mi interior sabía lo que iba a ocurrir, y supe que tenía toda la razón cuando la chica empezó a correr hacía mi con el cuchillo en mano. Dio un salto y ambas caímos a la nieve. Hacía fuerza para clavarme el cuchillo en el corazón, y era más fuerte de lo que creía.

2/09/2014

Johanna:Capítulo 24

Monstruo

Las nubes blancas, con un ligero tono grisáceo, ocultaron el cielo negro estrellado que cubría la arena, dejando a cada uno de los tributos sin nada de luz de luna para poder ver en la noche. Degraciadamente, en la mochila de Dorothy no había linternas, y tampoco contenía cerillas para prender una antorcha. Miré al cielo un par de veces más y algó empezó a caer de el. No era lluvia, era más frío que la lluvia. Finos cristales de hielo caían del cielo a un ritmo constante, despacio, y cada vez que chocaban contra mi cuerpo o el suelo se derretían. Era nieve. En el Distrito 7 nevava en invierno y a veces la gente podía quedarse en casa por el riesgo que el hielo ocultaba. Trabajar en los bosques con un grueso manto de nieve que protegía al hielo, era algo peligroso que podía costarte una lesión, incluso la muerte. Yo sabía que los vigilantes no lo iban a poner fácil. Alternaban las precipitaciones como les daba la gana, y apostaría a que la mayoría de los tributos no sabía nada sobre las tormentas de nieve. Quizá los del doce, los del diez, los del ocho si siguiesen vivos... los demás serían unos completos ignorantes respecto a este tema.
La nieve caía con más fuerza, y lo único que tenía era; Mi ropa, un hacha, una daga, barritas energéticas, una cantimplora con agua, y una especie de reloj de arena pero que tenía un tapón en el que se podía sacar la arena. No lo entendí.
Mi propósito para aquella noche era no dormir, no estar quieta, pues si no te mueves tu cuerpo se congela y puede causarte la muerte. Las caras de los tributos caídos aparecieron en el cielo tra el himno de Panem. Noté como me rasgaban el corazón a tiras cuando Cliff apareció en él. No volvería a estar aquí, no volvería a sentir su cálida mano en mi mejilla, jamás. Por extraño que pareciese, no lloré. Me quedé mirando al cielo todo lo seria que pude estar, me llevé los tres dedos centrales de la mano a la boca y luego los elevé al cielo. Era un gesto de despedida. Ahora estaría en un sitio mejor que en el que estaba yo metida. Pensé en el Capitolio, en Snow. Un ataque de ira se apoderó de mi y sentí la necesidad de gritar, de acabar con todo lo que pudiese. De dañar a todo lo que se moviese. Pero no lo permití. Si acababa con todos ellos les daría el gusto de divertirse a aquella gente, por otro lado no me quedaba otra. Dos impulsos contrarios batallaron en mi interior. ¿Que podía hacer en contra de todo eso? Solo tenía diecisiete años...
Un grito desgarrador de una chica me distrajo de mis pensamientos. Solo de oírlo te helaba la sangre. Ella, estaba cerca. Fuese lo que fuese podría acercarse a mi tras acabar con ella. Empuñe la daga y el hacha, me colgé la mochila y me preparé para atacar. Esperé un rato. La chica seguía gritando, cada vez más cerca, pero no veía nada. Entonces comenzó el viento, y los rayos que dejaban ver siluetas en la oscura noche, y la vi. Huyendo de algo. Algo espantoso...